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Pozos de ambición: cuando la ambición conoce la fe

A finales del Siglo XIX, Daniel Plainview pasa de ser un miserable minero a un respetable magnate del petróleo. Un soplo sobre una posible ciudad del oeste donde puede haber petróleo le hace partir con su hijo H.W. hasta el lugar en cuestión. No tardará en darse cuenta de que allí hay un océano de petróleo bajo sus pies y solo él podrá lograrlo. El terreno pertenece a un honorable hombre cuyo hijo es el predicador de la iglesia. En ese momento, la ambición conocerá la fe y Plainview tendrá que verse en más de un aprieto para lograr sacar todo ese petróleo. Habrá codicia. Habrá sangre.

Uno de los hermanos Anderson, en este caso Paul Thomas (y servidor sigue a día de hoy flipando con la lluvia de ranas de MAGNOLIA), es el encargado además de firmar el guión de un film que desde su título original gasta unas pretensiones de gran película que pueden echar para atrás a más de uno o de no mirarla con buenos ojos. Craso error.

Nada más presentar al personaje principial nos damos cuenta de que aquí se está cociendo una gran película. Una presentación sin diálogos, en la que podemos observar el empeño de su personaje y perseverancia (mientras, a su vez, realiza las funciones de padre). Personaje encarnado por un devorador Daniel Day Lewis que tiene un carisma sobrenatural para hacer que el espectador no aparte los ojos de la proyección.

La acción avanza mientras descubrimos el pequeño pueblo de Little Boston y todo lo que se cuece allí. Eli, el predicador, no para de darnos un mal rollo constante a pesar de su condición (gran labor y admirable la del joven actor Paul Dano salido de PEQUEÑA MISS SUNSHINE). No nos debería haber extrañado que le hubiera caído una pequeña nominación al Oscar. Y mucho ojo a su duelo interpretativo con Daniel Day Lewis, una de las bazas importantes del film.

Consta de una espectacular fotografía de Robert Elswit y una banda sonora que aparece en los momentos cumbres. Es un film extraño, en el que no sabes lo que va a suceder en ningún momento. Lo único que tienes asegurado es que Plainview seguirá por que su ambición y su orgullo así lo consideran oportuno. Aunque tenga que perder todo.

Y justo en el momento cumbre, en el instante en que parece que todo va a acabar para el personaje principal, en el momento en que parece absolutamente derrotado llega el final del film (tras ciento cincuentaypico minutos). Aparece la escena del «Yo me bebo tu batido« que es la segunda mejor frase del año después de la de Javier Bardem en NO ES PAIS PARA VIEJOS. Una frase que dará de que hablar entre los cinéfilos de medio mundo. Esa frase y su desenlace, con partida de bolos incluida, ponen punto y final a una impresionante historia. Por que deseabamos que Plainview hiciese eso desde hacía una hora.


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