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Biutiful: Grande Bardem

Muchos de nosotros ansiábamos ver qué sería de Alejandro González Iñárritu sin la excelente pluma de Guillermo Arriaga, firmante de los guiones de sus tres primeras películas.

Con Arriaga en las letras, películas como «Babel», supusieron la cúspide trágica de un reparto coral, manifestando al tándem Iñárritu-Arriaga como máquina muy bien engrasada para calarnos las miserias del Mundo en que vivimos, haciendo a la audiencia partícipe en todo momento de las dimensiones del drama, sin recurrir a jugarretas de moralina fácil.

En esta primera aventura de Iñárritu sin la pluma de su escudero, «Biutiful» se adentra en las desventuras de Uxbal, un hombre enfermo terminal que hará lo imposible por asegurar el futuro de su familia, en una Barcelona oscura y perdida, donde se verá inmerso en los tejemanejes de las mafias de inmigración ilegal.

Sabedores de la pericia visual de Iñárritu, intacta desde el primer minuto, este drama mayúsculo puede enorgullecerse de mostrar a Javier Bardem en todo su esplendor. El actor que deja de serlo para fusionarse con su personaje, regalando una interpretación irrepetible que sustenta el grueso de la película. Por sí sola,la lección de Bardem es más que suficiente para acercarnos a las Salas de Cine.

Pero hay dos grandes problemas en «Biutiful» que terminan lastrando el producto: su interminable duración, que conlleva un abuso del drama que termina restándole fuerza (dando lugar a situaciones fuera de lugar como la del par de negreros asiáticos), y el desborde del Director, incapaz de limitar la grandiosidad de Bardem-Uxbal, las dimensiones trágicas del producto en general y (sobre todo) su propio y titánico empeño por desmarcarse de Arriaga, cuyos guiones -a tenor del resultado final de la película- servían no solo como joyas literarias,sino como presa que evitaba el desborde final del río.

A la postre, la película de Iñárritu se convierte en un Ente demasiado grande, donde brilla por encima de todo y de todos Bardem, que pide a gritos premios y más premios. Pero, superada la majestuosidad de su interpretación, nos queda el poso de una película cuyo rumbo se pierde con cada minuto, y demuestra que Iñárritu necesita, irremediablemente, alguien que controle sus pulsiones.


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