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‘Siete psicópatas’: Cajón de Sastre

Siete psicópatas

Un guionista (Colin Farrell) busca inspiración para su próximo trabajo, en el que dos excéntricos amigos (Sam Rockwell y Christopher Walken) planean secuestrar a un perro. El asunto se complica cuando el animal de compañía de un mafioso desaparece. 

Lo primero que me vino a la cabeza cuando acabó ‘Siete Psicópatas’ es que Martin McDonagh había vuelto a hacerlo, lanzando ráfagas de genio y diversión como en ‘Escondidos en Brujas’, su anterior trabajo.

‘Siete psicópatas’ se disfruta de principio a fin, sobre todo por la excelente interpretación de todos y cada uno de sus desatados actores principales (siempre es un placer juntar en la misma pantalla a Colin Farell, Sam Rockwell, Woody Harrelson y Christopher Walken) y un montón de secundarios de lujo, encabezados por ese Icono llamado Tom Waits.

McDonagh juega a ser Tarantino, desgranando poco a poco una historia coral donde el robo del Shin Tzu equivocado sirve de pretexto para que nosotros, espectadores, nos inyectemos una historia que crea adicción, y de la que es imposible salir indiferente.

A McDonagh, como a otros Cineastas con estilo propio que hacen suyo todo lo que tocan, se le puede querer y detestar a partes iguales. Su Cine se aleja de los convencionalismos y es una frikada en sí mismo.

Los desvaríos de esta panda de losers derrochan ingenio, socarronería, mala leche, violencia, dolor, melancolía, humor y  metalenguaje para dar y tomar.

Tan entrañables como detestables, estos Siete psicópatas se quedan grabados en las retinas, ‘condenando’ a la cinta al culto instantáneo.

Pero no es oro todo lo que reluce: el principal lastre de ‘Siete psicópatas’ es, a ratos, su mayor virtud: no quiere que nadie la vea venir.

Con semejante y loable propósito, la película da más vueltas que una peonza, sacrificando algún personaje de gran potencial en el camino (como el interpretado por Olga Kurylenko) y al final se ve lastrada por su sobrada inteligencia e ingenio, pero su falta real de chicha.

McDonagh sigue firme y en progresión, pero jugar a ser Tarantino es un arma de doble filo si no lo eres. Aún le queda mucho camino por recorrer.

Cuando ese cerebrito de narrador loco vaya un poco más allá, y no solo facture un thriller marca de la casa perfectamente montado, sino también una película sin altibajos donde las formas sean tan superlativas como el fondo, entonces estaremos de enhorabuena.

Mientras tanto, el Cajón de Sastre de McDonagh ya tiene dos medios trajes de alta costura.

Lo mejor: actores y personajes, soberbios.

Lo peor: McDonagh tiene que aprender a buscarle un fin a todos sus medios.

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