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‘Pompeya’: péplum que plin

Pompeya

Año 79 d.C. Pompeya es una importante villa del imperio romano situada al sur de la capital, Roma. El monte Vesubio, que se alza majestuoso sobre la ciudad, ya da señales inminentes de actividad volcánica. El pueblo se halla sometido bajo el dominio del ambicioso senador imperial Corvus, que va a contraer nupcias con Cassia, la bella hija de un mercader. Milo, un esclavo convertido en gladiador, quiere impedir la boda de su amada antes de que la ciudad quede destruida y reducida a cenizas.

Imaginaros que vuestra ciudad, donde habéis vivido y disfrutado toda vuestra vida, estalla en mil pedazos, asolada por la contundente acción de una erupción volcánica. Si alguien llegara a sobrevivir, a buen seguro que tendría épicas historias que contar a sus nietos.

No hay mejor lugar para armar un buen drama con acción a raudales que dentro de un contexto imposible. A menos que te llames Paul W.S. Anderson, en cuyo caso te las arreglarás para tomar el camino más fácil y pergeñar un péplum de Serie B tan refrito como los pobres ciudadanos de Pompeya.

No hay nada original en ‘Pompeya’. En lugar de centrarse en las historias de los personajes ante semejante tragedia, Anderson monta un romance mononeuronal entre un aguerrido e inexpresivo esclavo (Kit Harington, actor tan emergente como sobrevalorado) con una venganza pendiente, y una tontita pija con gran corazón que viene de Roma y es tan sosa como su amado (Emily Browning, que dio mucho más de sí en ‘Sucker punch’, y ya es decir).

La casta aventurilla de estos dos amantes nos deja fríos, a pesar de la sucesión de estallidos, bombas de lava, meteoritos e incluso tsunamis que llenan la pantalla cuando el Vesubio dice hasta aquí hemos llegado, convirtiendo la ciudad en una suerte de caótico espectáculo pirotécnico.

Todo lo que va a pasar nos lo sabemos de memoria, y solo despierta cierto interés el malo de turno: Kiefer Sutherland al menos sabe qué tipo de película está rodando. Su villano es de manual y destila mala leche por los cuatro costados, regalando un par de frases que al menos nos hacen pensar que alguno de los doscientos guionistas participantes en la elaboración del Libreto estaba despierto durante los brainstorming.

Si ‘300’ hizo mucho daño al Cine, ‘Gladiator’ también, sobre todo cuando a Ridley Scott le crecen los hooligans dispuestos a calcarle sin pudor alguno aunque, eso sí, con un dos por ciento del talento de éste.

Tras una hora larga de explosiones, derrumbamientos, terremotos y estridencias, saldrán del Cine como si tal cosa, o cabreados por haberse tragado este péplum que a mí, y seguramente a vosotros, plin.

Lo mejor: los créditos iniciales y finales.

Lo peor: no hay un ápice de originalidad en ella.   

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