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‘La gran seducción’: una comedia deliciosa

La gran seducción

La gran seducción

Los habitantes del pueblecito canadiense de Tickle Head, antes orgullosos pescadores, se ven obligados a vivir de subsidios del Gobierno. Una empresa está dispuesta a instalar una pequeña fábrica en el pueblo, pero una de las condiciones es que tenga médico, lo que han intentado sus habitantes constantemente sin éxito. Surge la posibilidad cuando se enteran de que el joven médico Paul Lewis (Taylor Kitsch) va a pasar un mes en el pueblo. Por este motivo, Murray French (Brendan Gleeson), el nuevo alcalde tras la huida del anterior, con la colaboración de los vecinos, decide hacer todo lo posible para convencer al médico de que se quede allí.

Lo primero que debemos decir es que no se trata de un argumento original: la nostalgia del pueblo frente a la ciudad; la dignidad y la autoestima que proporciona el trabajo; el chismorreo de un pueblo pequeño; cómo las mentiras se acaban volviendo contra su autor. Pero no por ello el producto desmerece el resultado, ni mucho menos.

Nos encontramos con una receta que usa ingredientes muy utilizados con anterioridad, pero el director nos sirve un plato delicioso y muy bien cocinado. Una especie de ‘Bienvenidos al Norte’ a la inversa.

El punto fuerte de la película son los momentos de un humor implacable, con situaciones de carcajada (los partidos de cricket, la lista de enfermedades de los habitantes del pueblo, los momentos en que las telefonistas escuchan las conversaciones ajenas) y unos personajes salidos de la Canadá profunda, destacando el banquero acosado por el sentimiento de ser prescindible en cualquier momento.

La química entre los dos protagonistas, Taylor Kitsch y Brendan Gleeson, desprende un encanto especial. En un segundo plano tenemos un amplio elenco de actores secundarios que, junto con la fotografía y los paisajes, nos dejan un tapiz de fondo espectacular. Sobre él discurre un guión con una historia inocente, cuyo final adivinamos, pero tan entrañable y simpática que nos hace disfrutar de cada momento y cada risa, sin reparar en sus defectos.

Nos encontramos con un cine sencillo, sin pretensiones, pero de cuidado acabado, y que al finalizar nos deja un muy buen sabor de boca, y una sensación de alegría y felicidad espontánea.

En resumen, esta película es una buena receta contra la tristeza.

Lo mejor: el guión, los diálogos y la actuación de los dos protagonistas principales.

Lo peor: ingredientes ya conocidos y vistos, y un final previsible.

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