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‘La forma del agua’, placer fluido

Un sobrenatural cuento de hadas que, con el telón de fondo de la Guerra Fría, transcurre en Norteamérica alrededor del año 1962. En el oculto laboratorio gubernamental de alta seguridad donde trabaja, la solitaria Elisa se halla atrapada en una vida regida por el aislamiento. La vida de Elisa cambia para siempre cuando, junto con su compañera Zelda, descubre un experimento clasificado como secreto.

Cuánto daño pueden hacer las palabras de esos libros denominados de autoayuda, como puede ser “El Poder del Pensamiento Positivo” (Norman Vincent Peale, 1952), en manos de auténticos monstruos disfrazados de humanos. Y cómo pueden engendrar la destrucción sin atenerse a consecuencia alguna.

Lo onírico, la sensibilidad, la sutileza de los cuentos, la ingenuidad, el lugar donde la magia se confunde con la realidad… Ingenuamente bella es la última historia que nos cuenta el maestro del romanticismo fantástico Guillermo del Toro (‘El laberinto del Fauno’, ‘La cumbre escarlata’, las entregas de ‘Hellboy’).

Extrayendo en imágenes su mejor artillería y una excelente manera de narrar una original historia que nada en los clichés de la guerra fría, ‘La forma del agua’ es a la vez un magnífico cuento de hadas, un relato de amor inocente y una película del mejor cine negro, con su propio homenaje a la época dorada de los musicales. Todo ello aderezado con la guinda de un ser monstruoso más confraternizado con E.T. y la Bestia, que con aquellos sanguinarios de colmillos afilados, tornillos en las sienes, o cadáveres embalsamados, que reviven una y otra vez.

Del Toro dirige y produce su propio relato, y lo guioniza junto a Vanessa Taylor, apoyándose en una puesta en escena impecable, la excelente fotografía del recurrente Dan Lausten, y la eficaz banda sonora de Alexandre Desplat, quien rescata grandes clásicos musicales como por ejemplo el “Chica Chica Boom Chic” cantada por Carmen Miranda.

También ha conseguido aunar unas sólidas, variopintas y compenetradas interpretaciones que convierten a ‘La forma del agua’ en una película extraordinaria.

Su protagonista Elisa Esposito, Sally Hawkins (‘Maudie, el color de la vida’, las dos entregas de ‘Paddington’, ‘Blue Jasmin’), viene a ser una princesa sin voz que trabaja como limpiadora en un centro de investigación aeroespacial. Sus rutinas diarias y repetitivas, además de los solitarios placeres del agua, están dedicados a compartir amistad con su vecino Giles -quien narra la historia-, Richard Jenkins (‘The visitor’, ‘Déjame entrar’, ‘Los Hollar’), viendo películas antiguas y comiendo tarta. Su compañera de tareas Zelda, genial actuación también a cargo de Octavia Spencer (‘La cabaña’, ‘Figuras ocultas’, ‘Criadas y señoras’), es su confidente e intérprete con el resto del mundo, con una peculiar filosofía práctica de la vida.

Michael Shannon (‘Animales nocturnos’, ‘12 valientes’, ‘El hombre de acero’) da vida a Strickland, un personaje sacado de un manual de la guerra fría, cruel y torturador, responsable del espécimen a investigar para los intereses de la nación. Y por supuesto, en el papel del monstruo humanoide anfibio, Doug Jones (‘El laberinto de fauno’, ambas entregas de ‘Hellboy’, ‘Los 4 Fantásticos y Silver Surfer’), único en su especie y venerado como a un dios por indígenas del Amazonas. Quien una vez más lleva la ardua tarea de actuar como una criatura fascinante oculto bajo una impresionante coraza para, según Guillermo del Toro, seducir como una mezcla entre un torero y el superhéroe plateado.

“La vida es un río que fluye desde nuestro pasado”, como si de un cuento de Poe se tratase, ‘La forma del agua’ está repleta de pequeñas indicaciones, guiños y referencias hacia este precioso cuento basado en el líquido elemento. Merece la pena destacar la paleta de colores verde, su homenaje al cine clásico y musical con sus bailes, a las novelas negras y sobre todo a la ficción romántica. Aprovecha de vez en cuando para denunciar cualquier atisbo de racismo, homofobia y xenofobia, en una época en la que no todos los espías rusos eran los malos de la película. Maneja muy bien el suspense y contiene una riqueza visual poderosa.

Guillermo del Toro consigue transmitirnos verdadero placer al sumergirnos en sus aguas.

Lo mejor: la belleza interpretativa de su protagonista y del resto de actores. Y su magnífica ambientación.

Lo peor: que una vez más nos quedemos a merced de lo onírico, que es lo que la hace aún más grande.

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