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‘La mujer que sabía leer’, uno para todas…

Violette está en edad de casarse cuando en 1852, en las montañas francesas, su pueblo es brutalmente privado de todos sus hombres tras la represión ordenada por Napoleón III. Las mujeres pasan meses en aislamiento total. Desesperadas por volver a ver a sus hombres de nuevo, hacen un juramento: si aparece un hombre, tendrán que compartirlo.

Hablar de los títulos con los que se estrenan muchas películas en cualquier parte del mundo da para muchos temas aparte. ‘Le semeur’ (El sembrador) es el nombre original de esta película que en nuestro país ve la luz como ‘La mujer que sabía leer’.

Una de las curiosidades más importantes de esta historia se encuentra fuera del filme. Está basado en la novela corta escrita en 1914, narrado por la misma protagonista, Violette Ailhaud, sobre los sucesos ocurridos a mediados del siglo XIX en una remota aldea situada en los Alpes de la Alta Provenza. El manuscrito fue sellado y según disposición de la autora no podía ser abierto hasta un siglo después de los hechos y por una descendiente suya con edad entre los 15 y 30 años. Finalmente en 2006 fue publicado bajo el título “L’homme semence” (El hombre semilla, aquí editado con el nombre “El hombre semen”).

Marine Francen dirige y escribe para la gran pantalla esta bella ‘La mujer que sabía leer’, respetando al máximo las circunstancias de lo descrito para no caer en juicio ético alguno. Una aldea recóndita de revolucionarios que son reprimidos por las tropas de Napoleón III, hace que sus mujeres queden desprotegidas y solas en una aldea recóndita. Sin amparo temen que cualquiera pueda invadir y reclamar para sí cuanto dispone el poblado.

Filmada como un cuadro costumbrista en formato 4:3 ya nada habitual, describe la rutina de un pueblo en ausencia de varones en donde los principios biológicos de supervivencia se van abriendo paso como una cuña frente a una preciosa historia de amor.

Es una situación dramática a pequeña escala de lo que supone privar de uno de los órganos más importantes de sustento de este colectivo con conciencia común. Locura, suicidio y desesperación toman rienda suelta ante la desprotección en esta tierra de mujeres. Y cuando se va asimilando poco a poco la situación, florecen los instintos naturales transformados primero en fantasía y luego en pacto verbal.

En esta versión femenina tan singular (como si del poblado de Astérix se tratase en cuanto a su aislamiento), los libros son el legado más valioso y más preciado, de un tesoro colectivo al que sólo una joven muchacha en edad de merecer tiene acceso.

Pauline Burlet sabe transmitir inocencia, timidez e indecisión necesarios para el papel protagonista de una joven que descubre el amor verdadero, pero que a causa de una fugaz promesa ha de compartir con sus compañeras deseosas y necesitadas de una anhelante compañía masculina.

Alban Lenoir, herrero forastero y casi pelele comunitario, llega en la dura época de siega del trigo maduro, principal fuente de sustento alimenticio, y es recibido con recelo en esa comuna colectiva. En esos momentos de conflicto porta su propia carga del pasado hacia un futuro incierto. Y cuando descubre el amor abajo los textos de Victor Hugo, se da cuenta de que está atrapado en las fantasías del famoso juramento de ayuda y socorro de las novelas de Dumas, pero en versión “uno para todas…”.

‘La mujer que sabía leer’ es una película agradable, bien rodada e interpretada. Deja a un lado el exceso de pasión individualizada a cambio de la necesidad de perpetuar la especie y de garantizar, mediante la pertinente siembra, de que exista cosecha venidera para esa comunidad. Aunque sea compartiendo al único hombre.

No pretende ser moralizante, sino describir un suceso muy concreto. Confronta la pasión frente a la extinción biológica sin miramiento éticos. Pero también es valiente en el planteamiento de la sexualidad femenina y del deseo sin tapujos de una época que retrata con bastante precisión.

‘La mujer que sabía leer’ no busca aleccionar, sino singularizar en una bonita historia de amor. Y más que importar las consecuencias de los hechos, busca el refugio en el amor de un hombre y una mujer libres, y en el fruto que de esa semilla semilla pueda crecer.

Lo mejor: la idea, la historia de amor, y la delicadeza con la que se transmite la sensualidad colectiva y los deseos innatos de supervivencia de la aldea.

Lo peor: el frágil equilibrio y las posteriores consecuencias de unos sucesos tan singulares, aunque ese no sea el tema de la película.

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