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‘Colette’, de correas y pantomimas

Colette, una mujer inconformista criada en un entorno rural, se casa con Willy, un carismático y egocéntrico intelectual. Willy introduce a Colette en la bohemia del París de principios del siglo XX y le pide que escriba novelas basadas en su experiencia, que serán publicadas bajo el nombre de su marido. Cuando la saga de novelas Claudine le catapulta al estrellato, Colette se enfrentará Willy para reclamar los derechos de su obra y su propia libertad personal.

Revisando la biografía de la autora de “Gigi”, Sidonie-Gabrielle Colette, descubrimos una apasionante y prolífica figura tanto en lo profesional como en el aspecto personal. Escribió numerosos cuentos donde retrata la Francia campesina de finales del siglo XIX y las modas urbanitas parisienses de inicios del XX, inspirándose en sus propias experiencias. Actuó como artista de music-hall, redactó críticas literarias y colaboraciones periodísticas. En el plano más íntimo pasó por tres matrimonios, tuvo una hija, se relacionó con la flor y nata de la cultura francesa de la época, y no escatimó en amantes que cubrieran los sentimientos de su bisexualidad. Estuvo nominada para el Nobel de Literatura, perteneció a la Real Academia de las Ciencias y las Artes de Bélgica, miembro de la Academia Goncourt y de la Legión de Honor por méritos civiles.

Con todo este increíble material, ‘Colette’ se centra en los comienzos literarios de la escritora y en el descubrimiento de sus recursos amorosos. Su director Wash Westmoreland (‘Quinceañera’, ‘Siempre Alice’), suele aportar una visión de la mujer fuerte y decidida, de los sentimientos encontrados y de la sensibilidad sexual para permanecer en el lugar correcto. Richard Glatzer, difunta pareja del realizador y habitual codirector en anteriores trabajos, escribió la historia e intervino en el guion junto a Rebecca Lenkiewicz (‘Desobediencia’, ‘Ida’). En esta ocasión se describe con gran precisión la evolución de una joven chica de pueblo y sin dote, en plena campiña de Saint-Sauveur, hasta que se convierte en una autora reivindicativa de su trabajo y de su libertad sexual, ambos frecuentemente expoliados por su marido.

Keira Knightley (‘Orgullo y prejuicio’, saga de “Piratas del Caribe”, ’Descifrando Enigma’), interpreta a la dulce y decidida Colette, una sencilla chica campestre que descubre el amor con un compañero de filas de su padre, quien le hará desplegar todo el potencial literario y amatorio en el París de la época, hasta su separación.

Dominic West es el interesado y famoso autor de la época que bajo su nombre editorial “Willy” publica trabajos encargados a terceros obteniendo él los réditos de sus historias. Tan cínico como amante de las mujeres y derrochador sin tapujos, provoca que su esposa comience a escribir la serie de novelas “Claudine”, a modo autobiográfico sobre el despertar sexual de la joven, con tremendo éxito entre el público de la época, en especial del femenino.

El hecho de animarla a contraer nuevas experiencias con otras mujeres y describirlas en sus escritos para alcanzar un mayor éxito, y dilapidar los beneficios de los derechos de su personaje, distancian a la pareja y hacen despertar en Colette la lucha por su autoría.

Son muy buenas las interpretaciones y una excelente recreación del boom cultural y alocado en el París de principios del siglo pasado. Personajes pomposos, superficiales y pretenciosos, pertenecientes a una sociedad capaz de disfrazar a una tortuga viva con pedrería incrustada en su caparazón y exhibirla sobre una bandeja de plata.

‘Colette’ además aporta esa comprensión egocéntrica del lujo y esplendor franceses, bajo la inteligente mirada de una mujer en la sombra de la creatividad y con sentimientos por explorar, en una época dorada repleta de misivas amorosas entrecruzando sus calles. Una falsa pareja de amor liberal subyugada al rasero machista en la que él no permite que ella vaya con hombres, de correas largas pero al fin y al cabo con correa que no le permite la libertad.

‘Colette’ supone recuperar el destino de una vida propia repleta de pantomimas ajenas, en las que el gesto correcto vale más que mil palabras. Encontrarse y desarrollar la identidad. Pero también implica no despojarse de la creatividad y las vivencias a otro postor que finalmente se lleva las glorias y el reconocimiento.

Lo mejor: las sutiles interpretaciones de sus protagonistas en una época de eclosión cultural desmesurada, y una puesta en escena muy correcta. Y que la ficción de Claudine no llegue a engullir a su misma autora.

Lo peor: que teniendo un personaje tan grande se reduzca a un periodo muy concreto y encorsetado en el machismo de él, el lesbianismo (más que una bisexualidad real) de ella, y los problemas judiciales por los derechos de la autoría, en este caso, por encargo.

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