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‘La hija de un ladrón’ terrible y joven soledad

Sara ha estado sola toda su vida. Tiene 22 años y un bebé, su deseo es formar una familia normal junto a su hermano pequeño y el padre de su hijo. Su padre, Manuel, tras años de ausencia y al salir de la cárcel, decide reaparecer en sus vidas. Sara sabe que él es el principal obstáculo en sus planes y toma una decisión difícil: alejarlo de ella y de su hermano.

En esa fresca y nueva corriente de cineastas intimistas catalanes (con reconocidos ejemplos del corte de ‘10.000 Km’, ‘Verano 1993’ o ‘Los días que vendrán’), que parece impregnar el panorama actual se encasilla cómodamente el primer largometraje de Belén Funes. Salida del laboratorio Miss Wasabi Films que comanda Isabel Coixet para promocionar proyectos liderados por mujeres, Funes dirigió su primer cortometraje en el 2015, ‘Sara a la fuga’, en el que retrataba la vida y soledad de una joven adolescente en un centro de acogida para menores mientras aguarda la espera de un padre ausente.

Tras el corto ‘La inútil’ del 2017, Belén Funes y Marçal Cebrián, guionistas conjuntos de estos tres proyectos, deciden recuperar el personaje de Sara y llevarlo de largo con ‘La hija de un ladrón’, presentándola con unos pocos años más y similares lances y tropiezos que en demasiadas ocasiones propicia esto que denominamos vivir.

Greta Fernández (‘Asamblea’, ‘Elisa y Marcela’, ‘Embers’), quien se pone en la piel de esta chica, soporta con estoicismo y una abnegada vigorosidad todo el peso de la película.. Abnegada porque desconoce la pasión, el interés y el amor, pero entiende perfectamente lo que es el dolor de la soledad, la pérdida de la juventud y que te arrebaten la sensibilidad. De trabajo en trabajo para subsistir sin ambición alguna en lo que sea. Luchadora fría y sin pasión, con una visión que no va más allá del siguiente día, vive la vida de espaldas o, mejor dicho, la vida le da la espalda para que viva.

Eduard Fernández (‘Mientras dure la guerra’, ‘El hombre de las mil caras’, ‘El método’), su propio padre en la realidad y ficción, encarna la irresponsabilidad en casi todas sus facetas. Es el ladrón. Un personaje sin escrúpulos a quien su propia existencia le ha hecho así.

La cámara la acompaña en la intimidad de la vida diaria como si de un documental se tratara, sin palabras, con silencios, monosílabos o diálogos cortos y naturales, y con cierto aspecto doméstico. Ofrece muy poca tregua a la ternura salvo el “momento ducha” con su hijo y la puesta en contacto con un futuro próximo cuando le preguntan “¿quién eres?” en una entrevista laboral. Pero también posee un perfil resolutivo que la hace superviviente de sol a sol.

‘La hija de un ladrón’ es una cruel y no tan distante historia de una joven madre encerrada en una terrible soledad, que cuenta tanto por sus imágenes urbanas como por la conciencia ausente de lo que debería acontecer. Tiene pequeños detalles que ilustran los motivos por los que su protagonista ha llegado hasta aquí, como un audífono, una litera compartida, un refugio para madres solteras… Nada es suyo, ni su padre, ni su hermano, y por afecto mismo casi ni su bebé.

Lo mejor: Greta Fernández.

Lo peor: que tenga tan múltiples lecturas como público y estado anímico del mismo para completar y explicar lo que no nos muestra la pantalla.

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