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‘Una veterinaria en la Borgoña’, sobre el entorno y el carácter

En el corazón de la Borgoña, Nico, el último veterinario de la zona, lucha por salvar a sus pacientes, su clínica y su familia. Cuando Michel, su compañero y mentor anuncia su retiro, Nico sabe que la peor parte está por llegar. «No te preocupes, he encontrado a la siguiente generación». Excepto que… la siguiente generación es Alexandra, una recién graduada brillante, misántropa y que no tiene ningún deseo de enterrarse en el pueblo de su infancia.  ¿Conseguirá Nico que se quede?

Las maneras de vivir, de trabajar, de producir e incluso de entender la vida en general, son muy diferentes bien se trate de un entorno urbano o por el contrario si nos fijamos en el campo. El tiempo, en cuanto a la medida en cómo acontecen las cosas, tiene otra duración. Y por lo general sesenta minutos no equivale necesariamente a la misma hora en un lugar que en el otro.

‘Una veterinaria en la Borgoña’ remarca las ventajas e inconvenientes de vivir en el medio rural. Saca a la luz los habituales prejuicios, recelos y desconfianzas que se generan de modo casi automático cuando se invaden competencias de vida entre urbanitas y campesinos, entre mayores y jóvenes, y por último entre hombres y mujeres.

En el primer largometraje dirigido por Julie Manoukian se habla con humor y drama, casi a parte iguales, de la amistad, del tesón y del sacrificio de la mayor parte de los profesionales que contribuyen a que el campo, los pueblos, y las pequeñas aldeas puedan continuar con su indispensable actividad. Responsable del argumento y de los diálogos, su directora homenajea con acierto al cuadro de veterinarios como ejemplo abnegado de laboriosidad, casi, casi en vías de extinción.

Pero también construye esa interesante reflexión que surge de la disputa entre aquellos prejuicios por lo externo, por quienes reniegan de sus raíces, o por cuantos se creen estar por encima de una cultura erróneamente desprestigiada como «paleta«.

Clovis Cornillac (‘Astérix en los Juegos Olímpicos’, ‘Largo domingo de noviazgo’), representa la vieja escuela del veterinario a disposición de las necesidades de sus parroquianos, quien engullido por tal vorágine deja un tanto de lado su vida personal. Noémie Schmidt (‘El despertar de Motti Wolkenbruch’, ‘El sr. Henri comparte piso’), interpreta a una joven y prometedora investigadora inmersa en una encrucijada en la que debe aparcar ciertas facetas de su indócil temperamento.

La adaptación al entorno natural, el desarraigo de quienes se ven obligados a ampliar los límites de su personalidad, el ostracismo que en ocasiones supone convivir con el desconocido. Una interesante radiografía, sobre todo en tiempos en los que se produce el éxodo de la gran ciudad a pueblos y aldeas desvalijados de sus propios vecinos, que pone en entredicho los pro y contras de ambos estilos de vida.

El entorno influye en el carácter, parece proclamar en su moraleja. ‘Una veterinaria en la Borgoña’ es amena, divertida y agradable de disfrutar. También es grato que no lleve al máximo exponente el lema de “visite la Borgoña”, con el que muchas películas francesas son subvencionadas por regiones concretas. Y aunque posee bellos parajes, prevalece el argumento y sus personajes, y también sus animales, que siempre dan buen juego ante la gran pantalla.

Lo mejor: la responsabilidad como mensaje principal, consigo mismo y también con los lugareños, con los animales y mascotas, y con el lugar.

Lo peor: bien rodada, clara y sencilla, tampoco da pie a más pretensiones, aunque su objetivo lo cumple sobradamente.

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