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‘El olvido que seremos’, prender una pequeña luz

Héctor Abad Gómez dedicó los últimos años de su vida, hasta la misma noche en que cayó asesinado en pleno centro de Medellín, a la defensa de los derechos humanos. Una reconstrucción amorosa, paciente y detallada de su vida, a través del recuerdo de una ciudad y de una familia.

Uno de los grandes interrogantes de nuestro paso por la vida es el recuerdo que dejamos en la memoria de aquellos que permanecen mientras ya no estemos. Los familiares, los seres queridos, aquellas personas con quienes se han compartido momentos de intensidad, guardan rasgos, afectos, simpatías, cariños, y hasta parte de la personalidad de quienes ya partieron. Sin agobios, sin angustias y sin tristezas, es bueno ser consciente de la huella que dejamos en quienes nos importan o incluso de todos aquellos que en algún momento obtuvieron nuestro apego, pues parte del legado reside ahí, en el corazón y en la cabeza.

Héctor Abad Faciolince transcribió en su novela homónima los más bellos y trágicos recuerdos dedicados a la memoria del padre, Héctor Abad Gómez, asesinado casi veinte años antes en Colombia. La vida vista desde la perspectiva de un chaval curioso hasta los primeros años profesionales en los que la referencia y admiración hacia su progenitor le van influyendo en su carácter.

Sobre esta misma novela, Fernando Trueba vuelve a poner los pies en latinoamérica (como ya hiciera con ‘Chico y Rita’, ‘El baile de la victoria’, ‘El milagro de Candeal’), para realizar un trabajo serio, delicado, impecable y emotivo. Con la inestimable colaboración de su hermano David (‘Two Much’, ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’, ‘La niña de tus ojos’), adaptando la obra al guion, ambos logran atrapar el interés hacia una figura para nosotros lejana pero tan fundamental en la historia moderna colombiana.

En el documental ‘Carta a una sombra’ (2015) de Daniela Abad Lombana, dibujaba un perfil social y particular sobre el patriarca y el duelo de los Abad hacia su abuelo. La versión biográfica de los Trueba parte de la misma obra en la que es el hijo quien describe la propia relación hacia su admirado padre, desde un punto de vista mucho más íntimo, cercano y familiar. Ambas  cintas se complementan con gran acierto.

Javier Cámara (‘Truman’, ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’, ‘Hable con ella’), acomete una extraordinaria labor interpretativa. Aprovechando ciertos rasgos semejantes con su referente real, se mete en la piel del profesor Abad, médico y científico, para describir la pasión por la familia, por la ciencia, por la salud de su pueblo y sus gentes. Todo ello desde los ojos de un niño que aprende a vivir la vida junto a su madre y cinco hermanas, y a quienes incomprensiblemente la historia les arrebata de su lado.

Arropado por actores colombianos como Juan Pablo Urrego, Patricia Tamayo, Maria Tereza Barreto, Laura Londoño, Elizabeth Minotta, Kami Zea y Camila Zarate, Cámara no solo pasa totalmente desapercibido con un excelente acento entre el elenco local, sino que brilla como padre cercano, amado y comprometido.

Fernando Trueba se toma su tiempo para contar esta historia a través de los años. Bellísimas escenografías en blanco y negro, salpicadas con trazos en color, y planos impecables y magníficamente trabajados. Es reflexivo, dejando que la situación se impregne en la sensibilidad del espectador. Reconstruye estampas íntimas de una vida en particular, y del vínculo hacia su padre.

‘El olvido que seremos’ es una muy buena película hecha por un español fuera de casa, lo que no resta ni un ápice su valor, y debería llenar de orgullo poder contar con un cineasta de tal calibre en la historia de nuestro cine. Tal vez el personaje retratado y su argumento no sean del todo cercanos, pero qué duda cabe que viendo el trabajo de Javier Cámara y de la producción, bien hace que merezca la pena disfrutar de un  título que “prende una pequeña luz” para apagar el olvido que ya nunca será.

Lo mejor: Cámara rodeado del elenco de actores colombianos, y la impresionante puesta en escena.

Lo peor: la distancia que surge del no saber respetar los valores que aportan grandes profesionales, al juzgar sus obras sobre sus palabras extraídas de otros contextos.

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