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‘El imperio de la luz’, terapia cinematográfica

Ambientada en un viejo cine olvidado de un pueblo costero inglés a principios de los años 80, la película cuenta la historia de Hilary, que lucha con sus problemas de salud mental, y Stephen, un nuevo empleado que quiere escapar de este ambiente provinciano donde tiene que enfrentarse a diario con la adversidad.

Hay quien sostiene que la magia del cine se basa en una demostrable experiencia física. Un conjunto de imágenes sucesivas bombardeadas por un haz de luz que las proyecta ordenadamente para simular el movimiento. Fotografías estáticas que son capaces de engañar a la vista adquiriendo vida y plenitud en la pantalla. Si a ello le sumamos un guion interesante y unos actores bien dirigidos que den versatilidad a su papeles en una producción más o menos cuidada, el encanto y la fascinación pueden estar garantizados.

De las recientes historias contadas para la gran pantalla que rinden claro homenaje a esa pasión desmedida hacia el séptimo arte (el ‘Babylon’ de Chazelle y ‘Los Fabelman’ de Spielberg), la cinta que recrea Sam Mendes (‘1917’, ‘Skyfall’, ‘Camino a la perdición’), se posiciona del lado de la exhibición. Las salas y quienes hacen posible que finalmente los grandes relatos lleguen al público, para disfrutarlos desde sus butacas.

Ambientada justo en medio de la crisis de los 80 en los que los cines sufrieron uno de los grandes descalabros por las acometidas del vídeo doméstico y los famosos videoclubs, ‘El imperio de la luz’ cuenta una preciosa y dura historia de personajes angustiados que se refugian entre las paredes de una de las últimas y esplendorosas catedrales cinematográficas venida a menos. En ese magnífico decorado, el Empire, los personajes de Sam Mendes “encuentran la luz en la oscuridad” que les rodea para ser ellos mismos.

La soledad, el racismo, la intolerancia o la vergüenza velada de sufrir el acoso de quienes se tienen como poderosos y resultan arrogantes, son los principales ingredientes que están tratados con delicada sutileza, preciosa vulnerabilidad y apasionada ilusión.

Olivia Colman (‘La favorita’, ‘El padre’, ‘Langosta’) en estado de gracia, y Micheal Ward (‘Blue Story’, ‘La vieja guardia’) encantador y generoso, encuentran una particular relación en la que “poder volar”, ser ellos mismos, y dejarse llevar bajo los haces de luz y la magia visual. Les acompañan Tom Brooke, Hannah Onslow, Tanya Moodie, Crystal Clarke, Toby Jones y Colin Firth.

Para crear esta singular historia, Mendes se apoya en la preciosa arquitectura decó del edificio, exprime la simetría de los planos y propone una perfecta compensación visual en sus imágenes. Además, la composición musical de Trent Reznor y Atticus Ross (‘Soul’, ‘En los 90’, ‘La red social’), creada para la banda sonora impregnada de conocidos temas pop del momento, logra trasladarnos a la una época añorada para muchos, en la que la música viajaba en Walkman. 

‘El imperio de la luz’ habla de la soledad, de lo que hay más allá de la mera proyección de una película. De las mil y una anécdotas que se encuentran sus trabajadores tras abandonar la sala (seguro que cualquiera que trabaje en la actualidad en estas lides podría incorporar otras tantas más). De sus vidas en la búsqueda de la luz. Pero también es evasión y esperanza, por iluminar unas vidas de cine.

Lo mejor: su cálida sencillez, ese tenso duelo visceral con connotaciones racistas por entrar a la sala con comida de la calle, y la emotiva visita a la cabina de proyecciones.

Lo peor: que no sea valorada en su justa medida frente a los grandes aspavientos o fracasos en taquilla de recientes producciones con parecida temática.

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