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‘Dolor y gloria’, superar las cicatrices

Narra los reencuentros de Salvador Mallo, un director de cine en su ocaso. Algunos de ellos físicos, otros recordados: su infancia en los años 60, cuando emigró con sus padres a Paterna, un pueblo de Valencia en busca de prosperidad, el primer deseo, su primer amor adulto ya en el Madrid de los 80, el dolor de la ruptura de este amor cuando todavía estaba vivo y palpitante, la escritura como única terapia para olvidar lo inolvidable, el temprano descubrimiento del cine y el vacío, el inconmensurable vacío ante la imposibilidad de seguir rodando.

Pedro Almodóvar es una de las principales referencias cinematográficas de este país. Su filmografía desata pasiones, levanta ampollas, es aclamada o vapuleada por público y crítica, quienes justificamos en sus argumentos las bondades o negligencias del autor. Lo que no cabe ninguna duda es que, este cineasta, escritor, productor y director, con una trayectoria de más de 40 años rodando, y con un legado que supera la veintena de películas, es una figura imprescindible en nuestro acervo cultural y más allá de estas fronteras.

‘Dolor y gloria’ no es una película autobiográfica, ni mucho menos. Que nadie se deje engañar. Basta saber apreciar el plano final de la joven Jacinta, madre del niño protagonista y del pequeño Salvador en la sala de espera de una estación de tren. El propio Almodóvar está dejando muy claro que se trata de una película, no una biografía. Que tiene muchas similitudes con la vida del director, sí es cierto. Pero tan indiscutible como que existen las mismas diferencias entre su vida real y la ficticia que interpreta Antonio Banderas.

Posiblemente haya dejado la impronta más personal de sus propios pensamientos y sentimientos. Pero teniendo en cuenta que la metodología de su obra le hace tener el control absoluto de lo que escribe, filma y cuenta, no es de extrañar que haya una parte de Pedro Almodóvar en cada una de sus películas a lo largo de las diferentes etapas de su vida.

Banderas, quien conoce muy bien al director desde los mismos inicios de ambos, interpreta a ese director castigado por el paso del tiempo, el éxito y el limbo artístico. La vida es una cicatriz que, aunque cierre la herida, siempre deja el recuerdo. Y Antonio sabe imitar magníficamente los propios gestos y entonaciones de Almodóvar en el papel de ese Salvador en estado de ingravidez creativa.

La otra línea argumental de ‘Dolor y gloria’ es la infancia del protagonista, con las actuaciones del niño revelación Asier Flores, y de Penélope Cruz en la versión más joven de la madre (una entrañable Julieta Serrano más anciana para combinar con el tiempo de Banderas). Esa época de cromos de cine en las tabletas de chocolate cuando se merendaba con pan, de lavar la ropa en el río, y de vivir las penurias en la felicidad y amor de una cueva. Algo antes de estudiar en el seminario y cercano a encontrar “el primer deseo”, que enlaza finalmente con el libreto de su próxima película.

Asier Etxeandía, Leonardo Sbaraglia, Nora Navas y Raúl Arévalo acompañan a los protagonistas, entre otros, con unas actuaciones muy cuidadas y marcadas por la teatralidad del guion, para un “texto confesional sin que nadie le identifique”. Tampoco puede faltar el habitual cameo de Agustín en todas las películas de su hermano.

‘Dolor y gloria’ es una delicada historia en bucle, infinita, y acogedora de todo lo personal que incluye la extensa obra de Almodóvar. Por un lado, da una visión bastante acertada del resultado sobre cómo ha envejecido una de las estrellas de la movida madrileña de los 80. Por otro, describe los mismos orígenes de su infancia, en la que los Beatles y el cine eran temas paganos de su época.

Alberto Iglesias compone la habitual banda sonora con ciertas reminiscencias a lo Bernard Herrmann tan habituales en el director manchego, y el diseño de producción corre a cargo de Antxón Gómez, con unos grafismos y estilismo bastante significativos.

‘Dolor y gloria’ es imprescindible para todos los seguidores de Pedro Almodóvar. Está lleno de aromas y de recuerdos, como ese “cine de la infancia con olor a pis, a jardines y a brisa de verano”. Pero también repleto de bodegones de pastillas para aliviar el dolor físico de la creatividad y de la nostalgia, y espiritual del alma de quienes ya no están ni estarán cercanos.

Lo mejor: la semejanza con ‘Volver’, su humor y emotividad, y ese halo autobiográfico que impregna a esta ficción.

Lo peor: que no les guste que saque a sus conocidos retratados en sus películas, como le advertía siempre su madre

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