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‘Perfect Days’, “nueve sobre diez”

Hirayama parece totalmente satisfecho con su sencilla vida de limpiador de lavabos públicos en Tokio. Fuera de su estructurada rutina diaria, disfruta de su pasión por la música y los libros. Le encantan los árboles y les hace fotos. Una serie de encuentros inesperados revelan poco a poco más de su pasado.

Poner una puntuación numérica a la valoración de las películas (como a cualquier otra cosa en la vida), puede ser a la vez tan valioso -a la hora de comunicar una particular apreciación-, como improductivo, para hacer entender algo a la ligera sobre las bondades y beneficios, o la ausencia de los mismos, cuando alguien se plantea la posibilidad de acudir a la sala a disfrutarla. Nadie suele referirse a otorgar un diez a Los girasoles de Van Gogh, o al David de Miguel Ángel, a la Gran Muralla de China, a la Novena de Beethoven, a la manera de danzar de la Pavlova en El lago de los cisnes, o incluso al Quijote de Cervantes. Tal vez hay quien piense que el cine, como arte más reciente y por aquello de sintetizar la vanguardia con las tecnologías y la necesidad de ir al grano, pueda permitirse tasar una obra como si de un salto con pértiga se tratase. Un número, sin atender a decimales ni a centesimales, no expresa sentimientos ni emociones que puedan fluctuar a lo largo del tiempo. De igual modo que no es lo mismo una película sacada de su contexto. Un poco de reposo y de conciencia suelen poner las cosas en su sitio más adecuado. 

‘Perfect Days’, la nueva película del cineasta alemán Wim Wenders (‘Paris Texas’, ‘El cielo sobre Berlín’, ‘Pina’), es un brillante ejercicio de actitud. Es un juego de sombras, por el mero placer de disfrutar ese instante único en el que las hojas se mecen al capricho de las ramas de los árboles. Un estilo de entender la vida, de disfrutar de las rutinas, y de no dar la importancia a aquello que no lo merece. Con el guion del propio Wenders (no confundir con el genial músico, en este caso belga, con apellido Mertens), y del japonés Takuma Takasaki, construyen y producen una historia minimalista que podría hasta considerarse el grial de toda una religión.

Las conocidas canciones de los setenta de los Kinks, Van Morrison, Otis Redding, Patti Smith o Lou Reed que desfilan por el metraje cubren los silencios de su protagonista para hablar de sentimientos escondidos en los cotidianos paisajes urbanos de una gran ciudad como Tokio.

Koji Yakusho (‘Babel’, ‘Memorias de una geisha’, presta su voz en ‘‘El niño y la bestia’, o la más reciente ‘Belle’), encarna a un trabajador de limpieza del proyecto The Tokyo Toilet. Con su manojo de llaves y su paciencia infinita, es la bondad en persona. Parco en palabras pero con emociones muy profundas, su interpretación es excelente por el poso de pureza y sencillez, regalando plenitud y satisfacción.

Como contrapartida, Tokio Emoto caracteriza a su singular compañero, un espíritu fugaz perdido, en esta historia de trabajadores anónimos, de los que abren las calles cada día de nuestras vidas, invisibles e intangibles en la gran ciudad. Éste sí que valora del uno al diez todo cuanto le sucede, e incluso a las personas que le rodean.

‘Perfect Days’ se revela como una instantánea al azar, sin mirar por el visor de una cámara, en la que vas descubriendo la belleza de la rutina aderezada con amor. La felicidad analógica de un mundo diseñado plenamente digital. Un dejarse llevar a merced de la brisa que te acuna en un pequeño formato de pantalla a modo de santuario vegetal.

Lo mejor: ese regusto de buen sabor, el bienestar que reporta, la sabiduría fuera de cualquier intencionalidad, lo que cuenta y lo que hay detrás. Y ese precioso plano final del protagonista, que lo dice todo y lo deja todo en manos del espectador.

Lo peor: tal vez algunos pocos minutos de más, tal vez el tempo pausado y tranquilo, pero es que merece la pena vivirlo.

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