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‘Ad Astra’, los sacrificios de la humanidad

El astronauta Roy McBride viaja hasta los confines del sistema solar para tratar de encontrar a su padre desaparecido y descubrir porqué su misión fracasó. En su viaje descubrirá secretos que desafían la naturaleza de la existencia humana, nuestro lugar en el cosmos y que pondrán en peligro la supervivencia del planeta.

Desde sus inicios, uno de los grandes sueños y deseos de la humanidad ha sido poder alcanzar las estrellas y surcar el firmamento. Hasta el infinito y más allá. Elevarse, sentir el vértigo de vivir. Primero conquistar el cielo como los pájaros, incrementando las velocidades del vuelo. Para después avanzar por encima de la estratosfera y adaptarse poco a poco al espacio exterior. Llegar al satélite más cercano, pisar la Luna, y buscar el modo de llegar a Marte… El cine ha sido capaz de pronosticar y transmitir todas estas ilusiones hasta que se van haciendo realidad. Desde Méliès, pasando por Kubrick, hasta Nolan o el mismo Ridley Scott, entre muchos cineastas, han intentado anticiparse para mostrar los efectos del siguiente paso evolutivo en el ser humano. Ciencia ficción tan cercana que casi se puede tocar, y muy distinta de esa otra de alienígenas salivando ácido, enormes Estrellas de la Muerte con vulnerabilidades insólitas, o teletransportes espaciales sin pagar billete ni impuestos.

‘Ad Astra’ es precisamente eso, una visión cercana y bastante realista de cómo se desarrollará el futuro próximo, teniendo en cuenta que cada vez va a ser más inminente la necesidad de evacuar la Tierra por cómo la estamos tratando.

Si “hacia las estrellas” miraban los griegos y romanos para representar toda su mitología de deidades impresas en los puntitos de las constelaciones, ahora es el mismo hombre quien juega a ser dios abriendo nuevos horizontes de cara a las nuevas generaciones. 

James Gray escribe (junto a Ethan Gross), y dirige ‘Ad Astra’ como un viaje indómito muy similar al que describiera en ‘Z, la ciudad perdida’. Es una búsqueda quimérica de El Dorado, del sacrificio de la humanidad para ir más allá, pudiendo atentar en contra de sí misma, y para perder su propia esencia vital. Habla de esos personajes que lo dieron todo por el supuesto bien de una civilización, preservando valores humanos y ecológicos difíciles de encajar.

Brad Pitt soporta el peso de la interpretación (y algo de la producción ejecutiva). Frío y calculador en extremo, y ajeno a sí mismo para cumplir órdenes, se embarca en una misión espacial para intentar detener las oleadas de rayos cósmicos que amenazan nuestra supervivencia. Narrado en primera persona, con cierto halo de cine negro como en su momento fue ‘Blade Runner’, juega con el tiempo para encontrarse con los vestigios del “proyecto Lima”, un intento por contactar con vida inteligente alienígena. Para ello disimulará sus sentimientos para apaciguar los demonios de las dudas constantes sobre que “la voluntad humana debe superar lo imposible”.

Junto a él, Tommy Lee Jones, Donald Sutherland y una recuperada Liv Tyler, dan una precisa idea de lo “devoramundos” que llega a ser la raza humana sucumbida ante la caza de la colonización espacial por parte de las empresas privadas, como Virgin Galactic o la todopoderosa Spacecom.

Ad Astra’ es como el juego de lentes con el reflejo del sol inicial. Algo difuso y deslumbrante, pero peligroso y repleto de suspense vital (como ‘La llegada’), sobre qué ocurrirá. Posee un sonido espectacular e imágenes maravillosas, y cuenta con un corte introvertido lejos de la acción y de los efectos especiales de otros títulos del género. Una fabulosa reflexión y preparación sobre lo que depara al futuro de la humanidad, con cierto regusto filosófico que baila entre la sentencia en la que se augura que “somos una raza en extinción”, y “la soledad de la humanidad y la necesidad de afecto”.

Lo mejor: su potencia y el poso reflexivo que deja sobre un par de pilares de la existencia misma.

Lo peor: que pueda quedar en el espectador ávido de aventuras intergalácticas como una mera alucinación espacial.

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