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‘Rambo. Last Blood’: una de masacre

Póster de Rambo Last Blood

Después de haber vivido un infierno, John Rambo se retira a su rancho familiar. Su descanso se ve interrumpido por la desaparición de su nieta tras cruzar la frontera con México. El veterano emprende un peligroso viaje en su busca enfrentándose a uno de los carteles más despiadados de la zona y descubre que tras su desaparición hay oculta una red de trata de blancas. Con sed de venganza, deberá cumplir una última misión desplegando de nuevo sus habilidades de combate.

Hay dos grandes películas de Rambo: ‘Acorralado’ y ‘John Rambo’. La primera y la penúltima. 

En la de Ted Kotcheff (cuyo título original fue ‘Rambo: First Blood’), la violencia se desataba por el maltrato recibido hacia un veterano de guerra que, tras darlo todo por su país, es recibido en su país con desdén y rechazo.

En ‘John Rambo’, con Stallone brillando también detrás de la cámara, volvió al ruedo el ex boina verde con una película cruda y brutal, donde la barbarie perpetrada en Birmania dejaba poco a la imaginación. 

Aquí, las escenas de violencia eran tan contundentes como el discurso, perfectamente desplegado a través de Rambo, los idealistas misioneros y el implacable ejército birmano. 

Como colofón a la saga, tras dos películas descacharrantes, divertidas, anabolizadas e hijas de su tiempo como fueron ‘Rambo’ y ‘Rambo III’, el torturado soldado debería haber colgado el arco con un buen sabor de boca y mejor recuerdo para los fans.

Pero el incombustible Stallone aún tiene (por suerte para todos los amantes de la acción) algo que contar, aunque no siempre lo cuente bien. 

‘Rambo: Last Blood’ no es un absoluto desastre: su última media hora brilla a golpe de masacre; el antihéroe aquí es más crepuscular que nunca (encantadoras las tomas que saben a western polvoriento… al ocaso del guerrero) y, como suele ser habitual, Stallone se implica en el proyecto, echando narices que ya quisieran tener muchos de los actioners treintañeros actuales. 

Pero la película de Adrian Grunberg peca por exceso de clichés y, también, por falta de desarrollo. 

Rambo y su mitología merecían continuar con la actualización perpetrada en ‘John Rambo’, sin necesidad de meterlo a presión en una trama simplona con villanos simplones (menos mal que  Sergio Peris-Mencheta conserva cierta compostura, que le falta al flipadísimo Óscar Jaenada y su traficante de cartoon y cartón. Igual su único asesor patrio en Hollywood es Jordi Mollà), y acontecimientos que discurren a toda velocidad, diluyendo el conservador discurso (quien esperara un Rambo cinematográfico progre, se ha equivocado de saga) a la categoría de pancarta.

Si los guionistas Matthew Cirulnick y el propio Sylvester Stallone se hubieran preocupado de añadirle media hora más de puro libreto al metraje, explicando qué y por qué ocurren las cosas, y haciendo honor al personaje, el regusto habría sido bien distinto. 

El que nos lleva a calificar la quinta entrega de la saga como una serie B floja y brutal, con ocasionales momentos brillantes… o la despedida por todo lo alto, tanto en fondo como en forma, de un personaje legendario. 

Lo mejor: la media hora final. 

Lo peor: el pobrísimo libreto pesa demasiado.

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