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‘Judy’, cementerio de elefantes

Durante el invierno de 1968, treinta años después del estreno de El mago de Oz, la leyenda Judy Garland llega a Londres para dar una serie de conciertos. Las entradas se agotan en cuestión de días a pesar de haber visto su voz y su fuerza mermadas. Mientras Judy se prepara para subir al escenario vuelven a ella los fantasmas que la atormentaron durante su juventud en Hollywood. Judy, a sus 47 años, se enfrenta en este viaje a las inseguridades que la acompañaron desde su debut, pero esta vez vislumbra una meta firme: regresar a casa con su familia para encontrar el equilibrio.

Hace mucho tiempo, cuando los animales podían ir y venir en libertad sin riesgo de extinción y según sus necesidades, cuentan las leyendas que la inteligencia de los elefantes les conducía en los últimos momentos de sus vidas hasta esa última morada donde yacer en paz junto a sus ancestros. Se completaba así un ciclo vital, como individuo y como especie, de bella dignidad en el que se entremezcla la vida, la muerte y el más allá. 

Algo similar parece extraerse de la realidad cinematográfica cuando recientes producciones, como han sido ‘Las estrellas de cine no mueren en Liverpool’ de Paul McGuigan, ‘El Gordo y el Flaco (Stan & Ollie)’ de Jon S. Baird, o la presente ‘Judy’ de Rupert Goold, se centran en los últimos años de grandes intérpretes de la gran pantalla. Y además todas ellas tienen el mismo punto de destino, el Reino Unido. Ese definitivo lugar donde sus carreras son justamente reconocidas, en contraste con la gran industria norteamericana que diseña productos de usar y tirar. Una especie de cementerio de leyendas vivas exhalando sus últimos estertores.

Las apagadas luces de una vida consumida con prontitud que propone esta ‘Judy’ Garland bajo el atento escrutinio de su director, brillan con mayor luminosidad tras una vista cansada por los años vividos y las acuciantes cataratas del final de una existencia. Aquello de que “una estrella no ha de juzgarse por el tiempo en el que brilla sino por la intensidad”… Cuando apunta a que el propio Louis B. Mayer, el magnate de la MGM, consumió y derrochó gran parte de su luz cuando apenas tenía la Garland 17, la otra parte se la llevó el alcohol y los antidepresivos. 

Con guion de Tom Edge sobre la obra musical “Al final del arcoíris” de Peter Quilter, su principal sustento se basa en la enorme interpretación de Renée Zellweger abriéndose en canal para asumir la personalidad de la cantante y actriz en sus últimos años. La voz desahuciada viaja al Londres de finales de los 60 antes de partir para Oz, una vieja gloria con tan solo 47 años.

Zellweger/Garland no solo hace brillar la magia sobre el escenario del The Talk of the Town, ese “old fashion” local londinense de condescendencia reconfortante, sino que renace de una “vida de atrezzo”. Exhibe su destreza camaleónica, adopta la perfecta compostura de una actriz doblada por las experiencias de pasar de mano en mano como un juguete roto, en lo profesional y en lo privado. Está desgarbadamente maravillosa, y además es de los pocos casos en los que las lentillas le sientan bien para interpretar a su personaje (lo de De Niro para ‘El irlandés’ canta y no precisamente música). Está estupendamente caracterizada, y eso no lo hace el maquillaje.

Una actriz que revive del cariño del público y de la admiración de los profesionales. Atrapada entre las canciones y los niños, entre el pasado y la incertidumbre. Perdida y asustada por el alcohol y las pastillas, de un star-system cruel y abusivo cuando dice aquello de “en toda mi infancia dormí como 5 horas”.

La actriz de ‘Cold Mountain’ y ‘Chicago’ demuestra que sabe cantar (es su propia voz la que canta las melodías de la Garland), bailar e interpretar, llegando a tocar la fibra y la emoción del espectador independientemente de su familiaridad con la figura referente de ‘Ha nacido una estrella’.

En definitiva, Zellweger confecciona un precioso vestido interpretativo para una gloria destrozada, con visos del mismo color dorado de la preciada estatuilla más que de las baldosas amarillas.

Lo mejor: la prodigiosa interpretación de su protagonista logra revivir un inesperado interés por la personalidad de Judy Garland.

Lo peor: que su actuación eclipse todo lo demás, otros personajes, ambientación, banda sonora… que también están muy bien.

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