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‘The Zero Theorem’: Gilliam y su Mundo

Imagen del póster en español de 'The Zero Theorem', de Terry Gilliam

Imagen del póster en español de 'The Zero Theorem', de Terry Gilliam

Qohen Leth es un excéntrico genio de los ordenadores que vive en un mundo corporativo controlado por una oscura figura llamada «Dirección». Recluido en el interior de una capilla en ruinas, Qohen trabaja en la solución a un extraño teorema, un proyecto que podría descubrir la verdad sobre su alma y el significado de la existencia (o la falta del mismo) de una vez por todas.

Como todo director personalísimo, Terry Gilliam provoca extremos en el espectador.

El director de ’12 Monos’ y  ‘Brazil’ se caracteriza por una carrera tan irregular como inconformista y fascinante.

Sus películas son siempre una montaña rusa de poderosas imágenes y sesudas moralejas, que crean legiones de seguidores y detractores.

Gilliam posee una energía tan desbordante que sus obras no siempre funcionan, pero nunca nos dejan indiferentes. En el peor de los casos, la experiencia cinematográfica está servida.

‘The Zero Theorem’ es una ambiciosa película de Ciencia-ficción desarrollada en un imposible Londres cyberpunk, donde el alocado Qohen Leth (magnífico Christoph Waltz) busca, sin éxito, el sentido de la vida. En el camino, se enfrentará a un montón de desquiciadas situaciones propias de una Sociedad que ha perdido completamente el norte.

El mero planteamiento estético de la película, todo barroquismo made in Gilliam, logra que experimentar ‘The Zero Theorem’ valga la pena.

Sin embargo, la grandilocuencia del mensaje se diluye en el diseño.

El libreto de Pat Rushin está lleno de graciosas ocurrencias e ideas inacabadas. Los actores se entregan al despiporre (a Waltz le acompañan grandes escuderos como David Thewlis, Mélanie Thierry y la siempre refrescante Tilda Swinton), rendidos a la visión de Gilliam, pero incapaces de tapar los múltiples agujeros de la película.

Podemos celebrar que ‘The Zero Theorem’ está más cerca de ‘Brazil’ que de ‘El imaginario del Doctor Parnassus’.

Pero la embriagadora propuesta visual termina comiéndose la narrativa. Al salir de la sala nuestras pupilas se habrán derretido y la insatisfacción crecerá ante una maravilla que pudo ser… y no fue.

Lo mejor: la arrolladora propuesta visual.

Lo peor: la criatura se come al creador.

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