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‘La cumbre escarlata (Crimson peak)’, remordimientos fantasmales

'La cumbre escarlata'

Tras una tragedia familiar, una prometedora escritora se ve forzada a elegir entre el amor por su amigo de la infancia y la tentación que supone un misterioso forastero. Tratando escapar de los fantasmas de su pasado, es conducida a una casa que respira, sangra… y recuerda. Allí encontrará a una celosa hermana y algún que otro esqueleto en el armario.

En la a menudo errática trayectoria de Guillermo del Toro abundan los fantasmas, los monstruos y las criaturas sobrenaturalmente aterradoras. Sin embargo, en todas y cada una de esas ocasiones, el realizador mexicano se ha encargado de señalarnos que el ser humano es, con mucho, la más despiadada de las criaturas. En ‘La cumbre escarlata’ volvemos a ver esa obsesión al comprobar que en esa misteriosa casa lo peor que habitan son las personas.

La película sirve como el envoltorio perfecto para el universo del Toro. Partiendo de la premisa básica de una historia de fantasmas, combinada con casa encantada, el director encuentra en ese argumento la excusa perfecta para dar rienda suelta a su más alocada e imaginativa propuesta visual. Elegante hasta para lo más sádico, ‘La cumbre escarlata’ es un ejemplo excepcional de calidad estética, una película en la que la forma sobrepasa con mucho al fondo, un film que se disfruta mucho más contemplando que siguiendo. Quizás sea ese el mayor «pero» que se le puede objetar. Uno se enamora tanto de esa nieve salpicada de sangre, de esa casa que supura arcilla o de esos súbitos impulsos de irrefrenable violencia, que se olvida de que la historia es, hasta cierto punto, previsible.

El argumento de la película es un ejemplo posmoderno de cómo un relato de terror del siglo XXI se construye en base a un montón de lugares comunes y tópicos ya abordados anteriormente. Encontramos, por ejemplo, un buen número de referentes al gran Hitchcock en sus múltiples vertientes, desde las obsesiones materno-incestuosas de ‘Psicosis’ a los fanatismos homicidas de ‘Vértigo’ o ‘La ventana indiscreta’. Todo ello aderezado con un poco de auto-homenaje con claros apuntes a ‘El espinazo del diablo’ o ‘El laberinto del fauno’.

Sin embargo, por mucho que del Toro tenga tantas referencias, el resultado siempre acaba resultando fresco y original. En el caso de ‘La cumbre escarlata’, el relato de fantasmas se acaba convirtiendo pronto en una historia criminal en la que los espectros no son más que remordimientos de pasadas violencias enterradas en lo más profundo del alma, de donde nunca se irán. El binomio Hiddleston-Chastain, claramente las mejores interpretaciones de la pelícua, se convierte en un reflejo fiel de la locura a la que conduce el crimen. El alocado y sangriento clímax final, con una Jessica Chastain completamente desatada, no tiene desperdicio.

En resumen, la película resulta un más que encomiable entretenimiento, que se disfruta enormemente sobre todo en su apartado plástico. ‘La cumbre escarlata’ se constituye en una perturbadora mirada a la locura, salpicada de abundantes dosis de genio estético y dirigida por todo un artesano que convierte cada plano en una postal para el recuerdo.

Lo mejor: La estética recargada y maravillosamente barroca.

Lo peor: Cierta previsibilidad del argumento.

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