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‘Una ventana al mar’, desertar a esa isla

Para Ana, por todo lo que ha vivido y ese cariño que le queda por disfrutar

A María, funcionaria de cincuenta y cinco años de Bilbao, le diagnostican una grave enfermedad. A pesar de eso y en contra del consejo de su hijo, decide hacer un viaje a Grecia con sus dos mejores amigas. Allí, descubrirá la isla de Nisyros, un pequeño remanso de paz y calma donde vuelve a sentir las ganas de vivir. Mientras explora la isla y se sumerge en sus tesoros escondidos, conoce a Stefanos y se enamora inesperadamente de él.

Es muy útil, en determinadas ocasiones de crisis, cobijarse en esa isla maravillosa, asentada en lo más alto de aquel refugio ficticio de la mente, para nadar, meditar, reflexionar y gozar por permanecer principalmente a gusto consigo mismo. Lugares donde está excluido el dolor, el terror, la angustia, la agonía…  y cualquier mal que pueda asediar a nuestra anhelada tranquilidad vital.

‘Una ventana al mar’ es un canto a las cosas bellas de la vida, aunque sean disfrutadas en esos últimos momentos. El amor, los paisajes, la familia, y el mar. El madrileño Miguel Ángel Jiménez (‘Chaika’, ‘Ori’), homenajea con pasión vívida Bilbao y Nisyros (Grecia), el Cantábrico y el Mediterráneo, la voluntad de una madre y el cariño de su hijo. Todo ello bajo el hilo conductor de su protagonista María, una mujer fuerte que antes de caer abatida por la enfermedad emprende el viaje del deseo y la paz. Sobre la idea inspirada en su propia madre, en esos cautivadores lugares mencionados, el director se embarca en esta coproducción hispano-griega con guion también firmado por su acostumbrado Luis Moya Redrado.

Enma Suárez (‘Invisibles’, ‘Julieta’), interpreta a María con mucha responsabilidad. Logra impregnar su eficaz y muy característica manera de actuar para acercarnos a este particular drama romántico. Su atractiva madurez se funde con la belleza apaciguadora de los inconmensurables parajes y localizaciones. Sabe transmitir el dolor de quien sufre en silencio a la vez que se enamora apasionadamente en ese estado idílico, tras desertar de la vida a su isla particular. Es esa magistral cariátide que soporta el peso de la narración para toda la eternidad, “hasta el fin de los tiempos”.

Akilas Karazisis (‘Bienvenidos a Grecia’, ‘Respira’), como Stephanos, representa la última oportunidad de latir con intensidad. Agobiado por sus fantasmas, mantiene el timón de su pequeño barco en la inmensa mar de la felicidad. Y Gaizka Ugarte (‘Vitoria, 3 de marzo’, ‘Escisión’), algo más secundario, es el hijo que se reencuentra con la madre tras la desesperación de quien sabe que la va a perder.

Gorka Gómez Andreu con su fotografía aporta muy interesantes planos fijos que rara vez adquieren movimiento, y planos-detalle que enmarcan sentimientos. Instantáneas que quieren seguir perdurando en el tiempo, como ese banco solitario de cara al soleado e infinito Mediterráneo. La cámara busca la mirada a través de las ventanas, los ojos de buey, o cualquier elemento en el que enmarcar un cuadro de la constante vital, que es el agua de la ría o del mar.

Por último, destaca la música que propone Pascal Gaigne (‘Handia’, ‘El olivo’) para la banda sonora, produciendo una curiosa sensación de hermandad entre el canto tradicional vasco con la canción popular griega.

‘Una ventana al mar’ es triste y a la vez esperanzadora, dura y feliz. Necesita de una descompresión lenta, tranquila y sosegada; tras haber tocado fondo necesitamos tomar tiempo para volver a salir a la superficie y respirar al fin. Es una preciosa ilusión de quien vuelve a encontrar esas cosas que la vida te va robando.

Lo mejor: Enma, su luminosidad y los paisajes repletos de colores puros en los que redescubre ese sentimiento tan limpio que es el amor.

Lo peor: que la vida ha de continuar… más allá de sí, de los hijos y de su legado.

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