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‘El joven Ahmed’, el fanatismo de instigar monstruos

En la Bélgica de nuestros días, el destino del joven Ahmed, de 13 años, ha quedado atrapado entre los ideales de pureza de los que le habla su imán y las pasiones de la vida.

Proponía como ejemplo el gran maestro del suspense, Alfred Hitchcock, que para crear una secuencia en la que el espectador se mordiera las uñas hasta la raíz de pura inquietud no había mejor fórmula que la de mostrar la inocencia de un niño pequeño deambulando por la casa para arriba y para abajo, y portando un arma cargada, sin que nadie de los presentes repare en esta circunstancia. Una verdadera ruleta rusa que desde la ignorancia de los protagonistas hace mella en la sensibilidad del espectador consciente de lo que sucede.

Los hermanos Dardenne, Jean-Pierre y Luc, son la representación perfecta de la verdadera compenetración cineasta. Dos mentes capaces de equilibrar una delicada sincronización para elaborar sus películas. Escriben, producen y dirigen sus obras desde hace más de cuatro décadas, y ello les permite un total control sobre sus propios trabajos. La filmografía de estos belgas suele estar asociada al compromiso social, y en el caso de ‘El joven Ahmed’ -como diría un antiguo profesor de periodismo- no podría encarnar mejor ese ejemplo de “la más rabiosa actualidad”.

“Un verdadero musulmán no da la mano a una mujer” es una de las firmes sentencias con las que su protagonista increpa a su propia madre en referencia a la ayuda y buena voluntad que le brinda su maestra de apoyo escolar. Representa la fragilidad mental de un buen chico excesivamente influenciado por unas doctrinas religiosas incapaces de asumir la pluralidad de credos, e intolerantes con cualquier culto que no siga los obsesivos preceptos de una obcecada interpretación por parte de su imán.

Idir Ben Addi esboza, en este su primer papel, una interpretación fabulosa, la de un chaval introvertido expuesto a la tenacidad de quienes sacrifican su propia vida e incluso la de sus familiares, con tal de seguir instigando los monstruos del fanatismo. Y por otro lado, se enfrenta al amor y cariño de quienes se preocupan por él aprovechando la reclusión para reeducar e intentar recuperarlo de esa hipnosis desmedida en contra de quienes profesan otras opiniones religiosas.

Jean-Pierre y Luc Dardenne saben poner el dedo en la herida abierta de la intransigencia religiosa y cultural. Esa que recurre al miedo de los extremismos, que no sabe aportar soluciones. Intransigencia que por no creer en la paz manipula a víctimas inocentes para conducirlas a la inmolación y exterminar a otras que nada tienen que ver con el Corán, ni con la Yihad, creando mártires anónimos de la intolerancia religiosa.

“La muerte no es como la picadura de un mosquito” sentencia uno de sus personajes para reflexionar sobre lo injustificable y caprichoso de sacrificar vidas bajo palabras como ”impureza” o “impío”. 

La tensión que late durante todo ‘El joven Ahmed’ es similar a esa del niño sin conciencia que deambula con un arma cargada en pleno desconocimiento, pero con mucha premeditación y sin arrepentimiento. Lo que cuestionan los hermanos Dardenne va más allá de la película. Se trata de cómo lograr la tolerancia, el respeto, abrazar la diversidad, e integrar la libertad de creencias en nuestra sociedad actual. Algo que debemos proporcionar los demás.

Lo mejor: la dualidad entre el fanatismo religioso frente al amor de las personas cercanas, y el oscuro hermetismo de su protagonista.

Lo peor: la realidad social que transmiten sus imágenes, no tiene desperdicio.

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